A la casa de tu pueblo, con
los ojos vendados, me llevaste, sin apenas preguntarme el nombre. Me diste
de comer matanza y yo imaginaba ríos de sangre bajo los azulejos. Después, mientras
golpeaba la madera de tu cuerpo, me susurraste al oído que no estábamos allí
para follar sino para ayuntar, como dos animales de cuadra que no tienen pasado
ni futuro.
martes, 1 de diciembre de 2015
miércoles, 19 de agosto de 2015
Sisita
Te fuiste hecha un amasijo de huesos, carne y fluidos.
El amor de
tus amigos me enseña un camino que vale la pena recorrer.
Ahora sé que
no volveremos a separarnos nunca más.
lunes, 3 de agosto de 2015
Comprar tiempo
Préstame 20 euros
mañana te los devuelvo
tan sólo quería
comprar algo de tiempo
y olvidarme de su glorioso
tic-tac.
jueves, 9 de julio de 2015
MARIBEL
La roca es su hogar.
En otra vida fue una geisha.
Tiemblan serpientes bajo sus pies inmóviles.
miércoles, 20 de mayo de 2015
SÍ, SATÁN SOY YO, ¿QUÉ ESPERÁBAIS?
El joven poeta había leído a Mallarmé, a Breton, a Francois
Villon, y, por supuesto, a Rimbaud, y, por supuesto, a Baudelaire. Amaba, como
no podía ser de otra manera, a Lovecraft y, aún más si cabe, a Arthur Machen.
Sin embargo, despreciaba con toda su tierna arrogancia la poesía de Luis
Cernuda. El joven poeta odiada, o fingía hacerlo, al gran poeta Luis Cernuda
por la sencilla razón de que algunas tardes de primavera venía a su casa a visitar
a su madre y eso le invalidaba para formar parte de su siniestro panteón. Las
tacitas de té y las confidencias a media tarde no casaban con las catacumbas
sobrenaturales de su imaginación. Aún así le gustaba su compañía, le gustaba la
mirada que le dedicaba aquel hombre, le hacía sentir especial. Aunque él ya
sabía que era especial, lo descubrió el primer día que fue capaz de elegir, y
desde entonces no se ha dedicado a otra cosa, a elegir a su manera, a vivir “practicando
la poesía”, eso es lo único importante y, por supuesto, repetirlo una y otra
vez a quien quisiera escucharlo, aún a riesgo de mancharles la colcha con sus
botas llenas de barro.
Por eso su autor favorito es Lacan y su movimiento intelectual
la anti-psiquiatría, porque exige al lector algo que nunca está en condiciones
de ofrecer: su propia alma. La única manera de entender a Lacan es volverse
loco, o ser un cantamañanas profesional, aunque esto último no es muy
recomendable, casi es mejor estar loco, o pretender serlo, que para el caso es
lo mismo. Eso pensaba su hermano pequeño, un chico muy guapo con rizos rubios y
una extraña mirada melancólica, “mi hermano está loco, vaya plan, ahora todos
nuestros juegos estarán vigilados, y lo que es peor: sacarán conclusiones”.
Luego estaba la madre, la pobre madre que era capaz de
anticipar todo el futuro de infortunios de sus hijos pero no podía idear una
manera de ahorrárselos, o siquiera de hacérselos más llevaderos. Porque si el
joven poeta ve a Stalin en el fondo de un bote de azafrán, no hay dios ni demonio
que consigan hacérselo quitar de la cabeza. Sólo hay una pastilla que obra el
milagro, pero cuando tienen la receta, no ha llegado el pedido, y cuando ha
llegado el pedido, han perdido la receta, y así hasta el infinito. Los que no
tienen pastilla posible son los Guerrilleros de Cristo Rey, esos te cogen por
banda y te meten la Santísima Trinidad por donde mejor te quepa. Esa es una de
excusas para llegar a casa borracho o drogado a casa, “es para no sentir los
golpes, mamá”. Y la madre asiente porque ella misma está anestesiada, y también
necesita, como todos, un descanso de lo suyo.
Un día el joven poeta estaba solo en la casa familiar, una
casa atestada de libros en la que no todo eran primeras ediciones de poetas del
27, pero, ciertamente, lo parecían. Una casa que había interiorizado como
cárcel porque en ella había aprendido a callarse y cada vez que se acordaba de
esas cuatro paredes era como si una soga se le anudara al cuello.
El hermano pequeño disimulaba mejor y empezaba a darse cuenta
que eso de estar loco no tenía nada de divertido. De hecho, recordaba que la
única vez que su hermano había estado realmente gracioso en
toda su vida de loco fue un día en el que volviendo de nosequé exposición o
presentación de un libro, se encontraron al joven poeta, desnudo, en medio de
una estrella de David dibujada en el suelo con tiza.
La madre, horrorizada, le preguntó: “Pero, hijo mío, ¿qué
haces?”. A lo que él respondió, súbitamente cuerdo, “no lo ves, mamá, el ridículo”.
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Felicidad Blanc,
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lunes, 11 de mayo de 2015
Tal como nunca fuimos
El reloj
parado
en la frágil
medianoche
marca los
minutos del tedio
sobre la
cama deshecha.
El libro
entreabierto,
releído una
y mil veces,
de Dashiell
Hammet,
habla de un
héroe solitario
que miente
al decir su nombre.
¿Cuántas
noches de insomnio
hacen falta
para acallar,
por fin, las
voces de esos
otros que
nunca fuimos?
En la eterna
madrugada
de cristales
rotos,
los tonos se
solapan,
las palabras
se confunden
y hay cierta
broma recurrente
que salpica
de humor negro
todas las
conversaciones.
Más allá de
la puerta,
la inercia
de las cosas
trabaja
incansable
para cubrir
de polvo
los
recuerdos.
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