Cuando Ricardo decidió retirarse aquel otoño a un hotel junto al mar a
escribir su novela lo único que pretendía era poner en orden sus frágiles
recuerdos. Ahora que todavía está
reciente, se dijo, tomar distancia,
escribir como terapia, como si al elegir las palabras estuviera recetándose
a sí mismo la posibilidad de olvidar… recordando. Ricardo quiere deshacerse de su
pasado de la misma forma en que los familiares esparcen las cenizas de sus
muertos, asistido por la solemnidad de estar llevando a cabo una tarea más allá
de vida. Sabe que a medida que vaya escribiendo los capítulos de su historia,
los protagonistas de sus dramas y alegrías se irán difuminando tras los
visillos opacos de su memoria, quedando encerrados para siempre en un código de
signos que poco a poco también dejará de tener sentido. Por eso, se resiste a
dar por terminada la novela. En el último párrafo de la última cuartilla se
pueden leer las siguientes palabras, a modo de haiku. Un hotel junto al mar, los últimos rayos de sol, a solas con la
interrogación. Pero eso fue antes de conocer a Alicia, la niña con rizos
que le abordó en el pasillo. ¿A que te
llamas Ricardo? ¿y a que has venido aquí a olvidar? Sí, contestó Ricardo, ¿cómo lo sabes? Me lo llevas diciendo toda
la semana, dijo la niña antes de salir corriendo. Ricardo intentó retener
aquel recuerdo pero fue inútil, en su lugar sólo había un mar en calma.
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